martes, 14 de abril de 2015


Es la vida, poderosa, imbatible. Es recordarnos que la última palabra no la tiene la muerte,
 sino el amor. La Pascua es el tiempo de las apariciones, de la búsqueda con nuevos bríos.
Jesús anda, en espíritu y en verdad, por nuestro mundo. No siempre le veremos.
No siempre lo sentiremos.
 Pero está, proclamando la verdad última del Dios de la historia, de la creación entera y
 del cosmos. Dios quiere la vida. No la muerte ni las mil pequeñas muertes cotidianas
infligidas por el pecado.
 Quiere la pasión auténtica del ser humano, esa que se hornea en risas y abrazos,
en gestos de intimidad, en encuentros alrededor de una mesa, en huellas eternas.


«Así vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16, 22)
¿Nunca te ha pasado? Esos días en que te despiertas cantando, con ánimo, con fuerza.
Esos momentos en los que sientes que, de verdad, todo tiene sentido. 
E intuyes a Dios. Y te das cuenta de que hay gente en tu vida que la hace sólida.
Esas ocasiones en que no hay problemas que te parezcan irresolubles.
Y en que pasas de puntillas por obstáculos que otras veces se presentan como monstruos.
 Días en que notas que quieres más a los otros.
Y que miras tu propia vida con menos dureza y con más amabilidad.
 Algo de eso es el Dios vivo en nosotros.
Í
«Os he dicho esto para que gracias a mí tengáis paz. En el mundo pasaréis aflicción; pero tened valor. Yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33)
Y la derrota se convierte en victoria.
La última palabra no la tiene el pecado,
la muerte ni el odio.
La última palabra no es el silencio derrotado.
No es el rencor, ni la injusticia que a tantos
deja inertes.
La última palabra la tiene el amor. 
Amor así, con mayúscula.
 Amor de quien quiere el bien del prójimo.
Amor de quien ha perdonado hasta el final.
 Amor de quien decide hacer el bien cueste lo que cueste,
porque otro camino no conduce a ningún sitio.

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